Declaración de Wong

Declaración de Wong

Que el fantasma de los celos jamás ronde por su casa, estimado Oficial. Le contaré la historia de mi tortura. Todo empezó hace dos años, en la cena de camaradería por la apertura de una nueva planta en Shangai: soy el principal accionista de una empresa de telas de seda; vendemos a todo el mundo. En aquella fiesta, vi que mi esposa charlaba animadamente con uno de mis socios; me pareció que le acariciaba la mejilla, en un rincón oscuro, lejos de todos. Cuando estuvimos solos le pregunté distraídamente sobre mi socio. Ella negaba haber charlado con él. Entonces, sin más, la abofeteé, le escupí a la cara; ella lloraba pero no se defendía: y lo más extraño de todo, Oficial, es que no sentía repulsión ni culpa al maltratarla; aquello era un placer embriagador, intenso, una especie de liberación. Ese día comenzó mi calvario. Cada persona que se acercaba a charlar con Aki era su amante: hombres o mujeres, jóvenes o ancianos. Todos. No dejaba de atormentarla con mis reproches y maltratos. Contraté detectives, interrogué a amigos y conocidos para que confesaran. Nunca pude probar mis sospechas. Pero eso no importaba. La seguridad de su engaño era tan real como el deseo que me despertaba su piel blanca. A Hauna lo conocí hace un año. Desde entonces es el abogado de mi empresa. De a poco se fue convirtiendo en mi amigo y confidente. Aki no lo conocía: desde aquella cena le prohibí acercarse a la empresa. Este viaje era un intento desesperado por liberarme de esa obsesión macabra. Aunque al mismo tiempo le pedí a Hauna que alquilara un sitio en la misma cabaña, para que estuviera cerca por si llegaba a necesitarlo. Llegado el caso le retribuiría con una buena suma. Yo deseaba a Aki con fervor. La quería sólo para mí. Con este viaje al medio de la nieve quería espantar los fantasmas. Todo iba bien hasta esa noche. Maldita sea. Hicimos el amor en el sauna cuando Amadeo nos dejó solos. Le descubrí una marca en la nalga izquierda. La locura se apoderó completamente de mí. Le grité, la insulté, la humillé con mis reproches. Ella me juraba que se había lastimado con la moto de nieve. Pero yo estaba seguro de que se había acostado furtivamente con todos los hombres de la casa. Desencajado, fui a buscar a Hauna. Él tuvo la idea del cloroformo. Su muerte me ha liberado… (llantos) Aki… (llantos) mi pequeña Aki… (llantos)