Declaración de Amadeo

Esa noche nos fuimos todos al sauna. Tenía ganas de hacerlo andar. Siempre me gustó encender fueguitos. Aparte estaban todos con tantas ganas. Seguí los dibujos de Paralopus pero me olvidé de algo porque estábamos los siete ahí adentro y hacía calor pero nada de estar transpirando. El termómetro marcaba veintipico y se suponía que teníamos que llegar a setenta. Me puse nervioso: esa gente ahí esperando, yo me sentía muy mal, todos habían confiado en mí y yo los estaba defraudando. Al final nos volvimos para la cabaña. En el camino Aki empieza a gritarle algo a su marido. Aristóbulo se pensó que estaban por hacerme algo porque se plantó en el medio. Wong se puso nervioso y empezó una trifulca. Yo no sabía qué pasaba porque esa gente hablaba en su idioma y tiraba patadas como en las películas de Bruce Lee. Después me pedían disculpas todo el tiempo pero yo sentía que era yo el que tenía que disculparme por haber arruinado la noche. Me fui a seguir trabajando en mi muñeco de nieve para calmarme un poco. Los chinos me pidieron permiso para cantarle a sus dioses protectores o algo así, aprovechando la figura de mi muñeco. Decían que esa figura podía ser un “vehículo de sus plegarias”. Prendieron dos farolitos chinos y se arrodillaron sobre la nieve. Les pregunté por qué rezaban. La mujer me contestó que era una forma de pedirle a los dioses por la armonía en la pareja. En ese momento no se me ocurrió preguntarles más, estaba tan apenado que sólo pensaba en la mala noche que les hice pasar a todos. Mientras estoy poniéndole los pelos a Popi, me di cuenta del problema con el sauna: me había faltado echarle agua a las piedras calientes sobre la salamandra; faltaba eso: el humo caliente sale de ahí. Se lo dije a los chinos y los tres nos fuimos para el sauna. Efectivamente. Alimente el fuego otra vez y abrí la puertita en el piso, la que da al lago congelado. De ahí sacaba agua cada tanto con un recipiente de metal y la echaba sobre la salamandra. El agua se evaporaba al segundo y llenaba el cuartito con una neblina caliente. Enseguida el termómetro ya estaba en los setenta. Era una belleza eso. Yo pensaba: “qué lástima que los demás no están, pero mañana todos vamos a pasarla fenómeno acá en el sauna”. Jamás me hubiera imaginado lo que vino después. A eso de las dos menos cuarto suena mi celular. Era Olof, comunicándome que el “Operativo Araña Congelada“ estaba en curso. Me despedí de la pareja. Abrí la puerta despacio. Hauna y Aristóbulo dormían. No quise despertar a mi jefe, así que le escribí una nota, la dejé sobre mi almohada y me fui. A las dos estaba caminando por la ruta hacia la estación.